3.10.07

Tribulaciones de la moda

Me quedo mirando las pantorrillas de la modelo en el catálogo, calzando esos tacones de plataforma que me vuelven loca. Son tan delgadas que llevan a preguntarse si realmente sostienen su escueta figura de más de 6 pies.
Me hacen mirar las mías.
¡Qué gordura Dios, qué redondez y celulitis notable!
Hace un año estaba bajo peso, pero lucía estupenda y frágil, como les gusta a los hombres.
Sin problema me embutía en un pantalón talla 1. Único precio: dolorosas marcas en mi cintura.
A pesar de los mareos y de la anemia, mi figura pequeña gritaba al mundo, quiero que me aceptes y cuides, que me veas como a una niña, una rival en la estabilidad de tus relaciones, un boost de autoestima, una mujercita dócil o provocadora, sexualizada al estilo porno que nos asalta en cada esquina, en miles de imágenes que nos regalan los medios, el Internet, la publicidad fetichista de moda y lencería, el cambia cambia de canales.
Ahora me siento rechoncha como Britney, pero aun me meto en talla 4.

Y es que una hace cualquier cosa por evitar las noticias sensacionalistas de asesinatos, guerras y tragedias, y para ello, la atracción y el sexo parecen camino insuperable. La perfección del cuerpo se vuelve único norte y la apariencia una obsesión. Una se vuelve una cosita linda disfrazada de mamisonga, excitante, disponible y sodomizable, sin exigir compromisos. La prostitución, la infidelidad, las orgías, todo se vuelve tolerable, con tal de sabernos deseadas, aceptadas, actualizadas y liberales.
Amadas, quizás, por ser la única manera de amor conocido. Pero ante todo, acompañadas. Porque eso de ser bella y estar sola, la gente lo ve con malos ojos.
Así que no se te ocurra decir que odias a los hombres por tarados o machistas, porque te acusan de feminista, de sicópata creadora del S.C.U.M., como la loca que disparó contra Andy Warhol, o de lesbiana colérica.
Luego terminas dándote cuenta que los hombres adoran a las lesbianas, no como materia de estudio para comprendernos, sino que nos desean a todas lésbicas, como juguete para excitarse. Así no tienen que reconocerse incapaces de proporcionarnos una vida sexual y romántica satisfactoria.

Por eso te digo nena, no te afanes. Los cientos de dólares en lencería o accesorios no son tomados en cuenta. Una buena combinación y unas gotas de buen gusto, bastan. Para ellos somos perfectas, siempre que tengamos las medidas de impacto, las nalgas y tetas rebosando, el arrojo que ellos fantasean producto de revistas y películas, siempre sensuales, deseosas, impecables y con eterno buen humor.

Eso sí, no les busques el punto G a esos machos chauvinistas, o salen gritando que ellos no son homosexuales, que mejor se quedan así, con sus eyaculaciones precoces o masturbatorias, con sus visitas a moteles cuando la esposa los cree trabajando, pero que su culo lo dejen en paz, porque ellos son muy machos, y para demostrártelo, te insultan, te hostigan o se van con otra.

Créeme que hombres así, cuando se dan 5 tragos o unas líneas de polvo, terminan tirándose cualquier cosa que respire, aunque después se laven hasta sacarse sangre, porque sus mentes funcionan como una paja en montaña rusa, que evaden, actuando el papel del más jodón, del más que gana o trabaja, del más erecto entre las piernas.

Perdón por decir estas cosas.
No odio a los hombres. Tampoco creo que todos sean así.
Es que me avergüenza hasta pensarlo, que de cada 10 hombres en mi familia, 7 respondan a tal descripción. De los tres restantes uno es homosexual feliz, otro casi cura bobalicón y el que se hace llamar la menos mala, que hace años es mujer. Con estas estadísticas, ¿qué voy a pensar?, dime.
He crecido creyendo que los testosterónicos seres, son necesarios para cualquier cosa que nosotras no podamos hacer, porque nuestra fragilidad, el menor desarrollo muscular debido a nuestro género, los embarazos, las menstruaciones, la intensidad de la crianza, la sociedad atiborrada de conceptos religiosos y culturales cavernícolas, nos lo impide.

Cuando me siento sola, descubro que mis únicos amigos están casados con mujeres manipuladoras, matriarcales, o sólo sirven para labores de músculo.
Termino tirándome al bellaco en turno que desaparece al día siguiente, al infiel llorón que escapa de su mujer, al solterón traumático y obsesivo, al machista hijo de puta.
En otras palabras, repito el patrón aprendido en mi familia.

La culpa de todo la tenemos nosotras al educar a nuestros hijos haciéndoles creer que por ser machos, son de la calle y nos tienen a todas, hagan lo que hagan, menos a la santa que cierra sus piernas, que a lo mejor con mentiras, luego afloja.
O quizás es simplemente que educamos mal a nuestras hijas.

Sí, lo reconozco, a mí me educaron mal. ¡Es un asco que atormenta!

¡Qué más quisiera que romper con este ciclo machista que día tras día se hace muerte imperceptible y que nos torna contra nosotras mismas!
Pero para qué ponernos tristes.
Después de todo, creo que sí me compro esos tacones como terapia de autoconsentimiento. Unos tacones de infarto siempre caen bien en los piecitos de la menos mala.