25.8.07

Botánico

(De los peligros del placer)


– Nunca podría ser bruja, porque algunas plantas…

– ¿Cuáles plantas?, interrumpió él distraído.

– Esas, dijo ella señalando con su índice derecho un peyote en flor. – Las plantas psicotrópicas me provocan alergia mortal.

– Suerte que no soy una, rió él guiñando un ojo, y asiendo su mano continuó el recorrido entre decenas de plantas y flores de la botánica nativoamericana.

Ella se aferró a esos largos dedos que conocía con la humedad de su boca y cada oquedad. Con sus suaves facciones indicando gravedad, de puntillas, acarició su oído en un susurro:
– No sé cómo decirte esto, pero creo que soy alérgica a tu semen.

– Pues yo te veo viva y sin picazón, murmuró él, soltando una risotada con ardiente complicidad.
Y la abarcó con ternura, llevándola en brazos al carro entre miradas de curiosos.

– ¿Sabes qué fantasía tengo?, dijo él entre caricias de fuego por la autopista.

A horcajadas sobre su sexo, ella gritaba de placer, cuando el impacto del camión la sacudió expulsándola, tras el disparo líquido del hombre letal.

23.8.07

Texas

Te decía, no me conoces. ¿De qué sirve contarte mis cosas para que me califiques de resentida? Y tú seguías con lo mismo: que ya que tanto me quejaba por tus ausencias y sexo a conveniencia, por qué no me iba para Texas a buscar mejor vida.
Por esa incongruencia de quererme lejos, no me esmeré en llorar cuando colgaste.
Hasta que llegó el lunes, día de escaparte de ella y su alegada frigidez.
Que no te quiero perder, que nos necesitamos, has venido a decir llorando. Luego me hiciste el amor, aprovechando mis orgasmos para verbalizar tu agresividad latente. Te obceca creer que mi placer depende de ti, que me posees y controlas hasta la médula.
Pero un Nine and a Half Weeks se convierte en cárcel, si los amantes se funden tanto en sus tinieblas que llegan a odiarse.
Tenías razón, me va mejor en Texas. Hasta me he percatado de cuánto se parece a ti Ricardo.
Tampoco con él me protegí de transmitirle este maldito veneno, que al paso que se esconde en mis células, parece hacerme más apetecible para infieles engreídos.

13.8.07

Serene

Eduardo se había convertido en un insensato. Al hablar, repetía las ideas importantes, hartando a su interlocutor. Sus amores, sus fracasos y logros, sus hijos y hasta su perro, se habían convertido en adicción contaminante. Desempolvaba cada obsesión, creando un efecto espiral, un laberinto de nostalgia que llenaba sus días oscuros en el interior de la selva, donde pasaba meses trabajando sin contacto con la civilización.
Su esposa ya ni lo esperaba. De aquél joven genial y tímido que la enamoró en la universidad, no quedaba rastro. Habían sido años aguantando sus amantes, sus delirios, los accidentes y pérdidas de dinero provocados por sus pasiones. Ante la edad y el cambio de vida, las locuras parecían haber cesado. Eso la tranquilizaba.

Pero en soledad, Eduardo repasaba sus fijaciones proyectándolas en su cabeza repetitivamente. Tampoco podía olvidar a Serene, la amante que lo hechizó. Ella era el crisol que refrescaba sus días cuando la verde maraña se lo tragaba. En archivos, impresos, discos, cajitas de madera con cerradura, había atesorado cada letra suya, cada imagen y obsequio, cada objeto inestimable. Como el pañuelo con sus lágrimas o su ropa íntima perfumada.
Serene huracán, Serene tempestad, Serene sexo insaciable. Serene mujer perfecta cuyo cuerpo no había podido lamer nunca, reconociendo cada poro hasta enterrarse en él y libar sus múltiples orgasmos. Por eso no le importaba que Serene hubiera muerto. Él la tendría a su modo.

12.8.07

Re-corrido

Eres una chingona, me decía.
Y yo pensaba y tú eres un puto, pero no le decía por miedo a que me pegara. Aunque él jamás haría eso.
¡Es que tú eres tan bellaca que me vuelves loco!, gritaba en mi oído mordiéndome los labios.
Y yo enloqueciendo, miraba sobre mi espalda buscando alguna cámara escondida.
Pero nada. El abanico jodiendo, la tele en mute en un canalillo cursi; y el ejercicio fue duro recorriendo la casa repleta de arte hasta las seis de la mañana.
Todos saben que los artistas son los mejores amantes.

No tengo café, me dijo seco.
Le di 5 dólares y lo mandé a la mierda.

Deleite y aversión

- ¿Qué importa tu opinión? Escribo por no suicidarme.

- Por no ir al siquiatra, dijo él.

- Los siquiatras no me sirven, ellos sólo anestesian verdades. Exhumo los recovecos de mi mente.

- ¿Alucinaciones incluidas?

- No las tengo.

- Los cuentos no están mal, siguió él. Son basura desechable. Carecen de forma, de estilo, de sustancia. Cualquier historia erótica de desahogo explícito sería mejor.

- Son la historia de mi vida, añadí exhalando humo.

- Por eso digo, carcajeó. No están mal. Son casi buenos.

- Jódete si no te gustan.

- Jódeme.

- ¡Vale!

10.8.07

La alumna

Acerca la copa de vino a su boca cuidando su brillo labial. Enciende un cigarrillo.
Saca un papel del escritorio y escribe:

Querida Marla:

Recuerdo la vez que me enviaste la foto de tu amante cibernético describiéndole como un tonto que cayó de ti enamorado.
Siempre callé ante tu infidelidad en plena cama matrimonial, tus amantes de Internet atosigados de mentiras y arranques de furia imprevistos. Pensaba que dadas mis imperfecciones, nunca encontraría una amiga tan sincera y tolerante como tú, aunque fuera bajo tus reglas.
No fue hasta que te separaste de tu esposo y nos mudamos juntas a este apartamento, que vi todo claro.
Nuestra amistad se basó en tu empatía con mis tragedias de baja autoestima. Aceptada en mis fracasos, vegetaba en círculos presta a continuarlos.
Fue así como me identifiqué con tu víctima. Nos citábamos cuando no estabas. Un día me confesó que no se había enamorado de ti, sino de mí, revelando que utilizaste con él mis fotos como carta de presentación.
Siempre te creí capaz de cualquier cosa por mantener el control.
Lo inesperado fue reconocer en él a un patán cobarde e impotente hijo de perra, un don nadie estafador en busca de dinero, cuando ya me había enamorado.
Por tanto puedes andarte a la mierda y dejar de llorarte víctima de robo de amante.
Yo sé que no tienes madre, pero no conoces la de veces que he detestado a la mía por traerme a este mundo donde habita gente como tú.

Friends forever,
Beatriz

Termina la copa de un trago. Rasga inexpresiva el papel, lo arroja al cesto de basura junto al cigarrillo. Mientras el cesto arde invadiendo con sus llamas la habitación, camina erguida hacia la puerta, equipaje en mano.
En la perilla externa cuelga una nota:
“Mi amor, me fui a tomar mi vuelo. Te llamo en la noche. Besos, B.”

9.8.07

Dime lo que quieras

El policía me detuvo por exceso de velocidad un viernes por la tarde.
Tú sabes, la música, la emoción; y mi tacón se hundió en el pedal demasiado.
La perfecta depilación entre mis piernas, el perfecto pedicure, mis tacones tan chulos, el delicado olor de mi piel, el maquillaje perfecto, el vestido mini cubriendo mi g-string, el bra de lencería a punto de estallar, ¡y vengo a cargarla siendo multada!
Temblaba un poco cuando bajé mi ventana. Quizás por la anfetamina que me había tragado antes de salir, por eso de tener energía para lo que viniera.
Me preguntó si era estudiante y si iba tarde. Le dije que sí. Lloré nerviosa cuando me pidió la licencia de conducir que fingí no encontrar.
Entonces salí del auto. De algún modo se compadeció de mi llanto o de mi atractivo, porque en lugar de multarme por 550 dólares por las millas adicionales, las condiciones de mi auto y el hecho de que no llevaba conmigo mi licencia, me multó por unos 200 y me dejó continuar mi ruta. Una pena que no me gusten los guardias.

Ya en el centro comercial, me senté en área de comer con rostro de que nada había pasado.
Citarse con un profesional, hombre de mundo, con quien se llevan meses teniendo sexo cibernético y telefónico, tiene sus cosas. Ni loca le mencionaría lo de la multa, no fuese a pensar que quería sacarle dinero.
Al ver que no llegaba, decidí dar una vuelta y gastar lo que quedaba en mi bolso en un par de tacones súper sexy en descuento. Así evitaba cenar y perder la línea, o comenzar una digestión cuando menos fuera prudente.
Un empleado se arrodilló a probarme el calzado y preguntó, ¿eres modelo? Le dije, no, soy policía, mientras acomodaba mi pelo tras la oreja mostrando el anillo de matrimonio heredado de mi abuela. Pobrecito, me miró espantado.
Algunos hombres se babeaban a mi paso. Sus mujeres les peleaban por descarados. No saben que así son ellos. Siempre buscando inspiración para sus eyaculaciones en cualquier imagen que les cautive. Esos no me atraen mucho. Prefiero los correctos que miran y disimulan.

Regresé a la misma mesa con un café. Mi autoestima debía continuar alta. El dolor que arrastraba desde mi infancia no podía explotar en ese momento. No por recibir un boleto que no tenía con qué pagar. Menos porque mi cita no llegara.
Quién sabe su angustia sin tener cómo comunicarse. Sólo a mí se me ocurre esperar a alguien y no tener celular. Sabía que todo estaría bien cuando le viera. Nos amaneceríamos teniendo sexo anal y tantas fantasías antes compartidas. Él era un experto. Nada pedía ni ofrecía, sólo sexo.
La última vez le dije te amo. Se me escapó, estaba feliz de hacerlo feliz. Él permaneció en silencio. ¡Qué distante creen los hombres el amor del sexo! Para mi son misma cosa.

Pasé varias horas en el mismo lugar, mirando hacia las entradas. Los empleados se me quedaban mirando.
Esta tiene cara de plantón, parecían pensar. O quizás no pensaban nada. Igual busqué en mi bolso y comencé a escribir en una libretita:
Dime lo que quieras, pero no me llames puta.

De regreso volví a llorar, ahora de rabia. Pero al acariciar mi sexo bajo el vestido, supe que el plantón de mi viejito, que siempre me saluda con un “yo aquí, bellaco como siempre”, no se repetiría.
Estoy segura en la próxima cita él vendrá. O quizás vendrá el otro.
¡Total, son tantos!

6.8.07

El próximo bus

El día que debía buscar sus nuevos lentes, Paloma se arregló muy linda y subió al bus. Detestaba estar dos horas dando tumbos por la tortuosa carretera, pero carecía de otro medio.
Había varias personas mayores sentadas al frente. Al centro, un joven de aspecto sombrío, le pareció extrañamente atractivo. Era alto, tez bronceada, cabello largo, oscuro, lacio, de apariencia aceitosa. Portaba un pequeño equipo de música, que al emprender el viaje encendió.
La música y su sonrisa la llevaron a sentarse a su lado.

- Tengo ese disco, dijo ella tratando de romper el hielo. Y hablaron un rato.

- ¿Conoces a fulano?, preguntó él. - Es mi hermano.

- Sé quién es, dijo Paloma, pensando que el tal hermano parecía desajustado.

Viajaron en silencio quebrantado por la música. Él preguntó qué cosa haría cuando el bus llegara a su destino. Ella le dijo sin mucha explicación. Se despidieron.
Al salir de buscar sus lentes, se sorprendió al verlo en una esquina como si estuviese esperándola.
Él le contó que no tenía qué hacer y la invitó a caminar mirando la costa mientras esperaban el próximo bus.
Paloma habría preferido mirar tiendas mientras esperaba, pero no quiso parecerle comemierda.
Se fueron hablando de música y locuras, hasta ir a parar a la orilla del mar.
Él encendió una caña. Mientras fumaban le habló de cuántas drogas había consumido desde niño, que llevaba días en ácido y perico, que pronto regresaría a New York. Pero ella ya no lo escuchaba.

- Es que la picadura tiene ácido, dijo él riendo.

El tiempo y distancia recorridos se iban difuminando. Llegaron a un paraje solitario y aquella boca que ella no había deseado, se estrujó con violencia contra la suya.
Paloma lo apartó.
- ¡No! ¡Espera, vámonos! No quiero perder el bus.

Sin escucharla, se abalanzó sobre ella y la tumbó sobre la arena dura, mientras oprimía con su boca la suya partiéndole los labios. Ella forcejeaba, al principio incrédula, luego con desesperación, faltándole el aire, cortando su piel con la gruesa arena. Más alto y fuerte, él la callaba con el peso de su cuerpo, con furia de poseso. Sin dejar de forcejear para controlarla, le arrancó el pantalón color turquesa, cuidando de no romper la cremallera. Le inmovilizó manos y piernas y despegando sus labios de los suyos que sangraban, le habló.

-¡Cállate o te corto el cuello!

Con el plateado filo del arma reflejando un ojo aterrado de Paloma, volvió a tapar su boca y de un solo movimiento la penetró bruscamente, eyaculando casi al instante.
Se retiró. Ella lloraba temblando. Él sacudía su ropa.
- Tan linda que estabas y casi te rompo el pantalón, le dijo en tierno tono regañón.
¿Qué vas a hacer ahora bebé?, añadió encendiendo otro tabaco. ¿Regresar a casa?

- Sí, murmuró perdida en profundo sopor.
Adolorida, asqueada, sin saber dónde estaba, sentía que sus palabras no eran suyas. Brotaban de su boca como si fuese ajena.
Miró a su alrededor. Había anochecido y sus piernas se movían sin dirección.
Caminaba sin ver, sin escuchar, como quien atraviesa un túnel hacia ninguna parte.
Llegaron a un puente sobre un acantilado y él se detuvo a orinar. Ella tomó impulso para lanzarse. Él la jaló por un brazo con brusquedad.
- Tranquila, tranquila. Te voy a llevar a la parada de bus. ¿No vas a decirle a nadie lo que pasó, verdad? ¡Promételo!

Ella le siguió en silencio, como perrito a su amo. Él aun cargaba su radio que había encendido durante el trayecto.
Ya en la parada, se le acercó, agarró bruscamente su mandíbula y la besó con rudeza.
- Me voy nena, recuerda lo que te dije.

Entre luces de ciudad y gente que iba o venía en un mundo paralelo, Paloma no dejó de mirarle hasta que desapareció en el horizonte; el heavy metal martillando su cerebro.

El próximo bus pasaría al salir el sol.

3.8.07

Teatro

Él llama. Tras su acto de elocuencia social, me recuerda mis fracasos. Arroja en mi cara mis malas decisiones, mis miedos e impotencia. Detiene el curso de su voz para escucharme reconocer mis incapacidades.

-Déjame bregar a mí, dice altivo.

Luego un “bye corazón”, y cuelga el teléfono satisfecho.

Con el alma colgando de un árbol como el cuerpo de Judas tras ganarse unas monedas, sonrío amarga tarareando:
Together we stand, divided we fall.

Sé que esta vez, tampoco bregará.

2.8.07

Perfecto

Borracha, pero no tanto, mostraba su abdominoplastía con amarre muscular y otros trucos del bisturí, para parecer más deseable. Llevaba tacones de 5’’, uñas de 2’’, tinte y estirón de pelo camuflando su genética. El regeatón es un baile sensusexual en cualquier lugar lleno de adictos al alcohol y al juego, lleno de noctámbulos buscando algo rico para pasar la noche. Allí la costosa fragancia de su piel se mezclaba con el guille de papisongo del viejo verde apestoso a whiskey, Viagra lista en el bolsillo, que mirándola lelo, se la gozaba.
Fue entonces cuando él la rescató.
O esa fue la versión que supe.

Te imaginé así, por memoria referencial, mientras gritabas, bueno, escribías:

"¡Padre Celestial! ¿Qué es esto? ¡Es una epidemia!
¡Misericordia, Señor, misericordia!"

De tu comentario alarmista en un diario de la red, lo que me chocó fue el motivo:
La noticia de intento de suicidio de una mujer.
Irónicamente, hace un tiempo tú también intentaste suicidarte en el apartamento de tu prometido.
Era un hombre tan bello. Bello su sexo, sus modales, su independencia económica, su complacencia en cada fantasía, obsesionado contigo hasta el delirio.
Cuando él decidió aplazar la boda, días después de anunciarla, sobrevino tu explosión.
El contaba que te cogió odio y asco por no ser perfecta, por respirar demasiado o agarrarte un catarrito, o porque te salían raíces en el pelo de otro color, todo poniendo cara de víctima.
Ante su repentina actitud de aversión hacia ti, y aquellos robóticos silencios suyos que duraban semanas, sentiste perder la razón, y lo ocurrido no fue asunto de ningún padre celestial.
Intoxicada con pastillas, lograste salvarte por una llamada hecha a tiempo.

Yo en cambio, la muerte no he pasado de pensarla, desearla quizás. Como aquél día en el mismo apartamento, enloquecida por el mismo hijo de puta.
Luego de priorizar mis orgasmos venerándome cual diosa, me sedujo a vestirme como tú y ponerme tus tacones. Me hablaba pestes de ti, de cómo te rescató de tu vida de borracha. Mientras tu desnudez se mostraba en su lap top, él parecía deleitarse. Decía que sólo me faltaban tus cicatrices quirúrgicas.
-Pero eso lo podemos arreglar, decía mientras me penetraba.
Secuestrada en sus fantasías, sentía que el mundo se acababa o ya habitaba en otro inescapable, uno en que mi dignidad había muerto. Y es que una con un enchule así aguanta cosas por mantener al hombre perfecto.

Al otro día quise matarme. Era el lugar, la hora, la razón de la sinrazón fluyendo en mis venas, el cuchillo sobre la mesa pegándose a mi mano, la voz que parecía provenir de sus bellos ojos ordenando.
-¡Hazlo, hazlo!
Pero él callaba. Apenas se volteaba a mirarme.
De pronto tu imagen convulsando sobre el suelo de la sala, aferrada al teléfono como Marilyn en su última sombra, me hizo girar el cuchillo en 360 °, hacia ese hombre que ahora era un túnel oscuro en mi alma.
Mis ojos fijos en su espalda, mi piel vistiendo palidez amortajada. A medida que me acercaba a su cuerpo, mi mente proyectaba el forcejeo, los gritos, los muebles rotos, la sangre por todos lados, los paramédicos acudiendo al llamado de los vecinos, la policía poniéndome bajo arresto, mi familia llorando sin comprender, mi apelación a disminución de condena.
-Señor Juez, lo maté porque era un cabrón que aniquiló mi autoestima tratándome como a muñeca inflable.
Pensé también en la posibilidad de que él sobreviviera, y entonces, ¿qué caso tenía joderme?
Por eso
en silencio
lo
bajé.

Ya ves, ex de mi ex, que compartimos tantas cosas.
Después de cientos de terapias, me ha quedado una sola pregunta.
¿Hoy, a qué esclava de su cuerpo él estará induciendo al suicidio?