2.8.07

Perfecto

Borracha, pero no tanto, mostraba su abdominoplastía con amarre muscular y otros trucos del bisturí, para parecer más deseable. Llevaba tacones de 5’’, uñas de 2’’, tinte y estirón de pelo camuflando su genética. El regeatón es un baile sensusexual en cualquier lugar lleno de adictos al alcohol y al juego, lleno de noctámbulos buscando algo rico para pasar la noche. Allí la costosa fragancia de su piel se mezclaba con el guille de papisongo del viejo verde apestoso a whiskey, Viagra lista en el bolsillo, que mirándola lelo, se la gozaba.
Fue entonces cuando él la rescató.
O esa fue la versión que supe.

Te imaginé así, por memoria referencial, mientras gritabas, bueno, escribías:

"¡Padre Celestial! ¿Qué es esto? ¡Es una epidemia!
¡Misericordia, Señor, misericordia!"

De tu comentario alarmista en un diario de la red, lo que me chocó fue el motivo:
La noticia de intento de suicidio de una mujer.
Irónicamente, hace un tiempo tú también intentaste suicidarte en el apartamento de tu prometido.
Era un hombre tan bello. Bello su sexo, sus modales, su independencia económica, su complacencia en cada fantasía, obsesionado contigo hasta el delirio.
Cuando él decidió aplazar la boda, días después de anunciarla, sobrevino tu explosión.
El contaba que te cogió odio y asco por no ser perfecta, por respirar demasiado o agarrarte un catarrito, o porque te salían raíces en el pelo de otro color, todo poniendo cara de víctima.
Ante su repentina actitud de aversión hacia ti, y aquellos robóticos silencios suyos que duraban semanas, sentiste perder la razón, y lo ocurrido no fue asunto de ningún padre celestial.
Intoxicada con pastillas, lograste salvarte por una llamada hecha a tiempo.

Yo en cambio, la muerte no he pasado de pensarla, desearla quizás. Como aquél día en el mismo apartamento, enloquecida por el mismo hijo de puta.
Luego de priorizar mis orgasmos venerándome cual diosa, me sedujo a vestirme como tú y ponerme tus tacones. Me hablaba pestes de ti, de cómo te rescató de tu vida de borracha. Mientras tu desnudez se mostraba en su lap top, él parecía deleitarse. Decía que sólo me faltaban tus cicatrices quirúrgicas.
-Pero eso lo podemos arreglar, decía mientras me penetraba.
Secuestrada en sus fantasías, sentía que el mundo se acababa o ya habitaba en otro inescapable, uno en que mi dignidad había muerto. Y es que una con un enchule así aguanta cosas por mantener al hombre perfecto.

Al otro día quise matarme. Era el lugar, la hora, la razón de la sinrazón fluyendo en mis venas, el cuchillo sobre la mesa pegándose a mi mano, la voz que parecía provenir de sus bellos ojos ordenando.
-¡Hazlo, hazlo!
Pero él callaba. Apenas se volteaba a mirarme.
De pronto tu imagen convulsando sobre el suelo de la sala, aferrada al teléfono como Marilyn en su última sombra, me hizo girar el cuchillo en 360 °, hacia ese hombre que ahora era un túnel oscuro en mi alma.
Mis ojos fijos en su espalda, mi piel vistiendo palidez amortajada. A medida que me acercaba a su cuerpo, mi mente proyectaba el forcejeo, los gritos, los muebles rotos, la sangre por todos lados, los paramédicos acudiendo al llamado de los vecinos, la policía poniéndome bajo arresto, mi familia llorando sin comprender, mi apelación a disminución de condena.
-Señor Juez, lo maté porque era un cabrón que aniquiló mi autoestima tratándome como a muñeca inflable.
Pensé también en la posibilidad de que él sobreviviera, y entonces, ¿qué caso tenía joderme?
Por eso
en silencio
lo
bajé.

Ya ves, ex de mi ex, que compartimos tantas cosas.
Después de cientos de terapias, me ha quedado una sola pregunta.
¿Hoy, a qué esclava de su cuerpo él estará induciendo al suicidio?

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