6.8.07

El próximo bus

El día que debía buscar sus nuevos lentes, Paloma se arregló muy linda y subió al bus. Detestaba estar dos horas dando tumbos por la tortuosa carretera, pero carecía de otro medio.
Había varias personas mayores sentadas al frente. Al centro, un joven de aspecto sombrío, le pareció extrañamente atractivo. Era alto, tez bronceada, cabello largo, oscuro, lacio, de apariencia aceitosa. Portaba un pequeño equipo de música, que al emprender el viaje encendió.
La música y su sonrisa la llevaron a sentarse a su lado.

- Tengo ese disco, dijo ella tratando de romper el hielo. Y hablaron un rato.

- ¿Conoces a fulano?, preguntó él. - Es mi hermano.

- Sé quién es, dijo Paloma, pensando que el tal hermano parecía desajustado.

Viajaron en silencio quebrantado por la música. Él preguntó qué cosa haría cuando el bus llegara a su destino. Ella le dijo sin mucha explicación. Se despidieron.
Al salir de buscar sus lentes, se sorprendió al verlo en una esquina como si estuviese esperándola.
Él le contó que no tenía qué hacer y la invitó a caminar mirando la costa mientras esperaban el próximo bus.
Paloma habría preferido mirar tiendas mientras esperaba, pero no quiso parecerle comemierda.
Se fueron hablando de música y locuras, hasta ir a parar a la orilla del mar.
Él encendió una caña. Mientras fumaban le habló de cuántas drogas había consumido desde niño, que llevaba días en ácido y perico, que pronto regresaría a New York. Pero ella ya no lo escuchaba.

- Es que la picadura tiene ácido, dijo él riendo.

El tiempo y distancia recorridos se iban difuminando. Llegaron a un paraje solitario y aquella boca que ella no había deseado, se estrujó con violencia contra la suya.
Paloma lo apartó.
- ¡No! ¡Espera, vámonos! No quiero perder el bus.

Sin escucharla, se abalanzó sobre ella y la tumbó sobre la arena dura, mientras oprimía con su boca la suya partiéndole los labios. Ella forcejeaba, al principio incrédula, luego con desesperación, faltándole el aire, cortando su piel con la gruesa arena. Más alto y fuerte, él la callaba con el peso de su cuerpo, con furia de poseso. Sin dejar de forcejear para controlarla, le arrancó el pantalón color turquesa, cuidando de no romper la cremallera. Le inmovilizó manos y piernas y despegando sus labios de los suyos que sangraban, le habló.

-¡Cállate o te corto el cuello!

Con el plateado filo del arma reflejando un ojo aterrado de Paloma, volvió a tapar su boca y de un solo movimiento la penetró bruscamente, eyaculando casi al instante.
Se retiró. Ella lloraba temblando. Él sacudía su ropa.
- Tan linda que estabas y casi te rompo el pantalón, le dijo en tierno tono regañón.
¿Qué vas a hacer ahora bebé?, añadió encendiendo otro tabaco. ¿Regresar a casa?

- Sí, murmuró perdida en profundo sopor.
Adolorida, asqueada, sin saber dónde estaba, sentía que sus palabras no eran suyas. Brotaban de su boca como si fuese ajena.
Miró a su alrededor. Había anochecido y sus piernas se movían sin dirección.
Caminaba sin ver, sin escuchar, como quien atraviesa un túnel hacia ninguna parte.
Llegaron a un puente sobre un acantilado y él se detuvo a orinar. Ella tomó impulso para lanzarse. Él la jaló por un brazo con brusquedad.
- Tranquila, tranquila. Te voy a llevar a la parada de bus. ¿No vas a decirle a nadie lo que pasó, verdad? ¡Promételo!

Ella le siguió en silencio, como perrito a su amo. Él aun cargaba su radio que había encendido durante el trayecto.
Ya en la parada, se le acercó, agarró bruscamente su mandíbula y la besó con rudeza.
- Me voy nena, recuerda lo que te dije.

Entre luces de ciudad y gente que iba o venía en un mundo paralelo, Paloma no dejó de mirarle hasta que desapareció en el horizonte; el heavy metal martillando su cerebro.

El próximo bus pasaría al salir el sol.

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